viernes, 27 de junio de 2008

Castigadores

Hay personas que viven su vida como una eterna búsqueda del castigo. No el propio, en cuyo caso serían penitentes, sino el ajeno, por lo que son castigadores.

Lo cierto es que se me ocurren media docena, así a ojo, de razones por las que, desde un punto de vista psicoemocional, una persona puede hallarse en esa circunstancia. Puede ser una actitud consciente o inconsciente. Puede hallar en ella placer, o simplemente ser una compulsión. Puede estar provocado por un trauma o represión, o ser sencillamente una actitud aprendida con la que se obtiene un beneficio. La cantidad de “sabores” es inmensa.

Los castigadores no inflingen castigo de forma aleatoria. Antes al contrario, esperan pacientemente a que se cometa un error a su alrededor, para saltar sobre su presa como lo haría un felino agazapado en la sombra. Una vez se ha cometido un error, intentan aumentarlo enormemente a ojos del castigado. Lo que viene a continuación puede variar enormemente y depende de cada uno de los individuos implicados (tanto del castigador como del castigado).

En muchas ocasiones, el castigador busca una venganza, generalmente desproporcionada, por un agravio anterior. En otras ocasiones, se explota el sentimiento de culpa del castigado para obtener una ventaja emocional. En la mayoría de las ocasiones, se busca minar la autoestima, aunque sólo sea de forma transitoria, para conseguir manipular a la persona castigada y llevarla a los objetivos que pretende el castigador. En algún caso que otro, simplemente el castigador disfruta del espectáculo de una persona bloqueada en un atolladero emocional, ofreciéndole la visión de que cualquier movimiento que haga será igual de malo o peor, y que no hay salida. Generalmente, el castigador deja de obtener beneficio o de encontrar atractiva la situación, y relaja la presión, momento en el cual el castigado cree haber redimido su culpa. En ese momento, se equipara el nivel de carga en ambos, y el castigador vuelve a la posición de acecho. El ciclo se completa.

Conseguir que una persona que presenta este cuadro, deje de actuar de este modo puede ser fácil, o un verdadero infierno. Depende en gran medida del grado psicoemocional del castigador, su nivel de consciencia, las causas o motivaciones de su comportamiento, etc. En un caso ideal, un castigador inconsciente, no motivado especialmente, que actúa por inercia, con un grado aceptable de compromiso y consciencia, apertura de mente, etc., puede bastar una serena charla con él, enfocada desde un plano de consciencia superior, para iniciar un proceso de autocrítica y reflexión conducente a dar un golpe de timón actitudinal. En el extremo opuesto, una persona traumada o simplemente motivada, que encuentra un beneficio neto en ese comportamiento, históricamente renuente a cambios o autocríticas, puede necesitar un proceso largo de psicoterapia que además, sólo será efectivo una vez dicho individuo dé el primer paso: La aceptación de ser portador de una actitud perniciosa que ha de cambiarse. Y con el cuadro descrito, llegar a esa aceptación puede ser realmente utópico.

Establecer un vínculo emocional con un castigador es tremendamente lesivo, y en muchos casos puede acabar minando la moral de quien está cerca. Lógicamente, las personas cercanas al individuo intentarán, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor conocimiento de causa de lo que se traen entre manos, hacer entrar en razón al castigador. Por experiencia puedo decir que en una inmensa mayoría de las ocasiones el esfuerzo será, no sólo fútil, sino incluso contraproducente. Puede que, muchas veces, hasta por un error de enfoque de la situación por parte de quien pretende, de buena fe, ayudar. En algunas circunstancias, no quedará más remedio que abandonar la misión por imposible, por más que duela, esperando que en algún momento del periplo vital del castigador, este se dé cuenta de su propia situación, y busque ayuda, o bien sufra una catarsis de dimensiones bíblicas que le lleve a replantearse sus actitudes para con los demás.

martes, 29 de enero de 2008

Compatibilidad

¿Qué hace compatible a una pareja? Sinceramente no tengo ni puñetera idea. Probablemente sea esta una de las preguntas de más difícil respuesta de cuantas pueden formularse. No hablo de los elementos que producen el enamoramiento que probablemente sea el más arcano misterio, sino de aquello que hace que dos personas puedan convivir y entenderse en armonía, ya que alguien puede enamorarse de otra persona profundamente incompatible, y no hacerlo jamás de quien sería un compañero ideal.

Durante años he oído aquello de "amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar en la misma dirección", a modo de paradigma de lo que una relación de pareja ha de ser. Sin embargo, experiencia tras experiencia he llegado a pensar que, si bien esa máxima no es sino un intento de salvar la falsa sensación producida por el enamoramiento (mirarse el uno al otro), en pro de poner en común aficiones e intereses (mirar en la misma dirección), quizá se quede corta o incluso sea errónea a la hora de esclarecer en alguna medida la oscura receta que hace posible que dos personas permanezcan juntas de mutuo acuerdo año tras año. Bajo mi punto de vista, tampoco mirar en la misma dirección garantiza nada. Creo que es necesario remontarse a un plano de consciencia superior para, desde allí, darse uno cuenta de que lo que de verdad puede ofrecer más garantías para la perdurabilidad de la relación es "mirar del mismo modo" más que en la misma dirección.

En efecto, la componente actitudinal de las personas es, creo yo, la que marca de forma esencial la compatibilidad. Da igual que a uno le gusten los sudokus y a otro el senderismo. Es la actitud ante la vida, la forma de afrontar el día a día lo que puede producir mayores disensiones o consensos, dando al traste con la relación, o elevándola y haciéndola ir sobre ruedas. De poco sirve que se compartan aficiones y puntos de vista si se tienen formas de encarar la vida incompatibles. Si una persona es nihilista junto a otra tremendamente ofuscada por el determinismo. Si una persona es improvisadora junto a otra obsesionada con la planificación. Evidentemente está claro que ha de haber elementos comunes que articulen la relación y sirvan de bisagra, que permitan el encuentro entre personas que afrontan una relación ordinaria. Pero he llegado a conocer relaciones tremendamente maduras y con un gran nivel psicoemocional con un alto nivel de incompatibilidad en aficiones y puntos de vista, pero que se mantenían a flote simplemente por la capacidad de aportarse luz, paz y un punto de vista y actitud ante la vida común que realmente ofrecía sentirse con un igual.

Quizá haya llegado el momento de cambiar el paradigma de las relaciones interpersonales, adaptándolas a una nueva realidad en la que la psicología cada vez nos prepara más para entender el mundo y a las personas que lo pueblan.

martes, 8 de enero de 2008

Cambio, evolución y mutación

Escuchaba yo el otro día por la radio un debate sobre los cambios en las personas, y cómo los afrontamos. En muchas ocasiones oigo expresar algo que parece ya una máxima de la vida: "La gente no cambia" Y el caso es que yo estoy en profundo desacuerdo con esa afirmación.

Yo creo firmemente que las personas cambiamos, y mucho. Pero habría que diferenciar entre dos tipos de cambio. Por una parte tenemos la evolución, que sería el conjunto de cambios que realiza una persona sin darse cuenta, de modo involuntario debido principalmente a factores sociales y ambientales. Es el entorno afectivo, económico, sentimental, etc. lo que nos hace evolucionar, no siempre a mejor, todo sea dicho. Esta evolución conforma el carácter de la persona a lo largo de su vida. Así, es fácil ver cómo personas con las que en un momento vital hemos tenido enormes paralelismos y coincidencias, pasados unos años, dejamos de tener puntos en común y se pierde la conexión, sin que necesariamente ninguna de las personas haya realizado un cambio a peor, y sin que haya conflicto alguno. Simplemente cambian los intereses y quienes antes eran amigos, pasan a no llamarse y a dejar de tener temas de qué hablar.

Por otro lado estarían la mutación usando la terminología de Jodorowsky, que a mi modo de ver son aquellos cambios que imprime una persona voluntariamente en su carácter, generalmente a resultas de una situación traumática, o un proceso de profunda reflexión. En situaciones de pérdida, crisis emocional, etc. de la suficiente gravedad, solemos iniciar un replanteamiento de gran calado que nos hace sanear nuestros principios y modos de actuación, generalmente hacia posturas menos radicales y conflictivas que mejoran la convivencia. Este es el cambio más difícil de llevar a cabo.

Lo cierto es que el resultado de ambos tipos de cambio puede ser idéntico. Conozco personas que han tenido un cambio confluyente en el mismo estado, en una ocasión de forma involuntaria (evolución) y en otra de forma premeditada (mutación). Generalmente esto se da en cambios "a mejor" ya que es muy raro que una persona, tras meditar y madurar una posición, valore la posibilidad de hacerse "más malo", a no ser que debido a una laxa moral se acepte que la "maldad" otorga otras contrapartidas beneficiosas para el individuo que de forma egoísta se acepten aún a pesar del cambio. Pero esta situación es relativamente rara.

Sin embargo las mutaciones, o cambios voluntarios son, como ya adelanté antes, los más raros de ver, y quizá sea por eso que se convierta en un tópico la frase antes citada de "la gente no cambia" que es la expresión de un sentimeinto que en nuestra sociedad es muy común. Y son raros de ver precisamente porque emprender un cambio requiere una asunción de que algo no va bien. Es increíble cómo somos los humanos increíblemente conservadores cuando se trata de mirar hacia nosotros mismos, y cómo nos cuesta admitir que determinadas posiciones son erróneas, y precisan de un trabajo de cambio. La gente suele ser con demasiada frecuencia renuente a admitir posturas no válidas y es por eso que en muchas ocasiones se encastillan en otra postura también clásica. La de "yo soy así y no cambio", que enarbolan como bandera de su invariabilidad. Honesta y personalmente creo que adoptar una postura de rigidez no tiene nada de positivo. Interiorizar el cambio y la evolución, intentando siempre mejorar, es algo que en las culturas orientales viene dándose desde antiguo como parte de la filosofía de vida. Así, tenemos en Japón el concepto del kaizen (改善) que podríamos traducir como "mejora continua". El kaizen es un pilar de la cultura japonesa que se aplica no sólo al ámbito del crecimiento personal, sino también a facetas de la vida cotidiana, con casos tan famosos como el llamado TPS (Toyota Production System) que no es sino una aplicación del kaizen a todo un sistema de producción en serie de automóviles, diagnosticando, localizando y solventando problemas con increíble agilidad.

Como salta a la vista, esto choca frontalmente con las posturas occidentales donde tanto a nivel social, como a nivel personal y otros, la gente se aferra a su postura sin oír ni prestar atención a las situaciones de alerta que se dan a su alrededor, enrocándose en la postura de que si se cambia, se reconoce que la postura anterior era errónea, y esto desacredita. ¿No desacredita más la persistencia en el error?