El Síndrome de Diógenes es un trastorno del comportamiento que, entre otras características presenta un voluntario y total abandono por la limpieza del hogar. De cuando en cuando aparece en las noticias de televisión alguna espectacular noticia de un caso de Diógenes extremo, en el que se encuentran toneladas y toneladas de basura y objetos inservibles en el domicilio de algún anciano, tras su muerte. La diferencia entre una persona que padece este desorden y una persona "sana" es que ante la misma visión de una habitación con basura hasta el techo, estriba en que la persona con Diógenes verá que su casa es perfectamente normal mientras que la persona "sana" se aprestará a comenzar una limpieza de emergencia. Si hago esta introducción es porque si bien el Síndrome de Diógenes afecta a un porcentaje relativamente bajo de la población, lo que yo llamo su homólogo emocional afecta a casi la porción complementaria.
Las personas también tenemos a veces que pasar la aspiradora en el ático. Limpiar aquellas pelusas que más daño nos hacen y aprender a recolocarlo todo para dejarlo reluciente y en perfecto estado. El problema es que hay un abrumador número de personas con lo que yo llamo "Diógenes emocional", que ante el panorama de una psique bastante necesitada de una revisión urgente, se afanan en asegurar que está todo bien y que no hay nada que tocar. Lo mismo que le ocurrire al paciente del tradicional Síndrome de Diógenes.
Es verdaderamente difícil que una persona llegue a reconocer que necesita cambiar. Ese hecho nos ha instalado en el convencimiento de que "la gente nunca cambia", frase esta que he oído hasta la saciedad. Esto no es así. El ser humano es un animal eminentemente adaptativo. Su éxito a lo largo y ancho del planeta, y a lo largo de los siglos se debe, entre otras cosas, a su capacidad de adaptación, en ocasiones física, y en ocasiones emocional. Del mismo modo que vemos extremas demostraciones de proezas físicas que nos sirven para afirmar "si esa persona puede, yo también", podemos tomar como ejemplo proezas de igual calibre en el mundo de las emociones. Bajo determinadas circunstancias es perfectamente posible el cambio, la desprogramación de los patrones perjudiciales y la reprogramación voluntaria de nuevos patrones más saludables. La clave de todo este proceso es la concienciación personal de la necesidad de dar ese primer paso. El paso de reconocer que hay un problema (o varios) a los que meter mano en el interior de uno mismo es sin duda el más importante del proceso de cambio. Es esa fase crucial la que determinará en una gran medida el éxito o fracaso de todo el proceso. La motivación con la que esa persona se conciencie de su problemática será clave para acometer los importantes ajustes que seguirán, y sólo con una verdadera concienciación se alcanzará el éxito.
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